Basada en la gran novela Eugenia Grandet de Balzac, El
poder conquistador (The conquering power; mejor conocida por el
equivocado título de La conquista del poder) es la única adaptación
cinematográfica que he visto de una obra del escritor francés. Lamentablemente
la película no hace la menor justicia a mi novela favorita de Balzac,
limitándose a esbozar la historia de manera superficial y desplazando la atención
de Eugenia a su avaro padre. Las actuaciones regulares y el inevitable final feliz sólo
terminan de sepultar una historia que como adaptación literaria desperdicia el gran potencial de una verdadera
obra maestra de la literaria francesa.
Pese a lo anterior El
poder conquistador no carece de interés si se desconoce la novela. La cinematografía es hermosa, la historia se desarrolla con rapidez y los protagonistas son simpáticos y atractivos.
Resumen: ALERTA DE SPOILER
La acción es trasladada de 1819 a 1921, año de producción del filme.
Un cartel explica la razón del cambio argumentando que según las encuestas la
gente no desea ver películas de época. Se trata de una justificación cuestionable,
dado que la historia principal se desarrolla en un pequeño pueblo francés
anclado en el pasado.
Tras un largo viaje de negocios Victor Grandet (Eric Mayne) regresa
a su elegante casa parisina para descubrir a su hijo Charles (Rudolph
Valentino) disfrutando de una fiesta de cumpleaños que incluye barquitos de
juguete, borrachos y chicas con extravagantes tocados. Charles, como
buen señorito francés, gasta su vida en la molicie y el placer dejando muy
clara la verdad del viejo adagio: "La ociosidad es la madre del vicio". Sin
embargo la alegría de Charles al saludar a su padre y la vergüenza que le
provoca su propio comportamiento, son reales. Entendemos que este joven vicioso
no es malo, sólo necesita la guía de una mano más firme que la de su permisivo
padre. Pero las cosas están por cambiar. El señor Grandet tiene un hermano en
Noyant al que no ha visto en 25 años y desea que su hijo le haga una visita.
Al día siguiente en Noyant, Père Grandet (un muy eficiente Ralph Lewis), su insignificante
esposa Mere (Carrie Daumery) y su ridícula sirvienta Nanon (Mary Hearn), preparan la celebración del cumpleaños de la hija, Eugenia (Alice Terry).
De inmediato hay una muestra clara de la avaricia de Grandet. El hombre es asquerosamente rico. Posee oro,
viñedos y un castillo, y sin embargo vive en una casa vieja y desnuda, viste ropas
gastadas y hasta mide la harina con que se preparará la comida de cumpleaños de
su hija. El único acto generoso de su vida es regalar una moneda de oro a Eugenia en cada
cumpleaños, si bien lo hace como una inversión a futuro.
Poco después se presentan en la casa varios personajes que luchan
por la mano de la futura heredera. Charles llega en medio de esta aburrida y
casi fúnebre reunión. Su juventud, elegancia y desenvoltura despiertan
sospechas en todos, incluido Grandet. A su vez Charles no puede ocultar su
asombro ante la vulgaridad y aparente pobreza de su rico tío. Más tarde,
mientras las mujeres le preparan la habitación, Charles comienza a comprender la
clase de hombre que es Grandet cuando éste las recrimina por encender la
chimenea y calentar la cama.
A la mañana siguiente Charles se entera de que su padre se ha suicidado al verse
incapaz de pagar sus muchas deudas. El dolor del joven despierta la compasión de Eugenia, primer paso hacia el amor. Por desgracia el director es incapaz de mostrar el desarrollo de este
sentimiento. Hay pocos primeros planos de Eugenia pensando amorosamente en
su primo, aunque esto también puede achacarse a las limitaciones actorales de Alice
Terry. Si en plano general su actuación es pasable, en primer plano es ridícula.
Alice expresa sus emociones más profundas alzando la cabeza, cerrando los ojos
y tragando saliva con la expresión de alguien aquejado de cervicalgia. Son todos sus recursos de actuación y los usa una y otra vez.
Una noche algunos días después, Eugenia es despertada
por el ruido que ocasiona Grandet al trasladar unas bolsas con monedas de oro.
Hay tanto dinero en esas bolsas que Grandet hubiera podido ayudar a su hermano
sin que con ello su fortuna disminuyera ni siquiera un poco, pero es demasiado
avaro como para ser buen hermano. Eugenia descubre que su primo se quedó dormido escribiendo una carta de despedida para su amante, Annette. Este es el
momento hermoso de la película. Eugenia demuestra su amor por Charles
intentando abrigarlo con la manta sobre la que descansa, acto tan inútil como
cariñoso.
Rudolph Valentino jamás ha tenido mi atención femenina. No sólo era un
actor mediocre, también un galán incomprensible. Durante mucho tiempo fui incapaz de entender que veían las
mujeres en él. Y sin embargo en esta escena luce guapo. Tal vez porque muestra
el cuello. Se ve lindo con el cuello descubierto.
Eugenia decide ayudar a Charles en su deseo de hacer fortuna en
Martinica y para ello le da sus monedas de oro. La belleza del gesto conmueve el corazón herido de Charles. Ambos
jóvenes se enamoran y durante algunos días viven un amor mágico e inocente.
Ya en Martinica Charles logra rápidamente su cometido. La película nunca explica la índole de sus negocios, asunto incómodo porque lleva a sospechar lo peor: Tráfico de esclavos. En la novela lo hace.
Pasa un año sin noticias de Charles y entonces Grandet estalla en ira al descubrir que
Eugenia le dio su oro. A partir de aquí la película
se aparta definitivamente de la novela conservando sólo algunos pocos
elementos. Mare Grandet muere de la impresión durante la pelea de Grandet y
Eugenia, y ésta es confinada a su habitación. Pronto todo el pueblo sabe de la
cruel reclusión y clama contra el malvado avaro, pero es el notario quien lo hace
razonar apelando a sus intereses: Eugenia no es realmente su hija sino del
primer marido de la señora Grandet y por tanto podría reclamar la mitad de los
bienes dejados por su madre. Obsesionado con su riqueza, Grandet comprende que
si desea conservarla intacta debe hacer las paces con la joven. Pero entonces,
casi por accidente, Eugenia descubre las cartas de Charles que su padre nunca
le entregó. Grandet queda encerrado con su oro y su locura, siendo presa de horribles
alucinaciones. Al final es aplastado por su caja fuerte, cumpliéndose así el
vaticinio de un deudor del que no tuvo piedad de que sería aplastado por su
oro.
Eugenia se convierte en una mujer muy rica y es asediada por los
buitres de siempre. Pasan algunos años y entonces, cuando engañada se dispone a
contraer matrimonio con el más repelente de sus pretendientes, Charles regresa. Engañado también, pensaba que su prima se había casado. La pareja se explica y
reconcilia, para consternación del proyectado marido y sus secuaces.
El poder conquistador intenta ser una
exposición de la maldad e irracionalidad de la avaricia. Grandet vive como un
mendigo y sacrifica a su familia por una riqueza que no le sirve para nada. Es
lamentable que este excelente personaje no esté mejor desarrollado, aunque tampoco
puede pedirse mucho a un filme espectáculo. Al menos la secuencia de las
alucinaciones está más que lograda, transmitiendo muy bien la locura y
avaricia de Grandet con imágenes que probablemente tuvieron influencia en
Stroheim para la creación de su obra maestra La Avaricia.
La película no contentará a los lectores de Eugenie Grandet pero gustará a quien desee ver una bonita historia de amor. Eugenia y Charles son una linda y simpática pareja cuyo amor supera la distancia, el tiempo y la ambición. Las admiradoras de Valentino podrían amar verlo en un personaje tan tierno, aunque él no tiene mucho tiempo en pantalla
ni es filmado con acierto. Al parecer esto no es casual.
Anexo: Ingram, Mathis y Valentino
Valentino fue descubierto
por la guionista June Mathis, amiga y colaboradora de Rex Ingram, y la primera
mujer ejecutiva de cine en la historia de Hollywood. Mathis eligió a Valentino
como protagonista de la anterior película de Ingram, Los cuatro jinetes del
apocalipsis, trabajo que significó el salto a la fama para el actor, e
insistió en tenerlo en El poder conquistador. Esto no fue del agrado de
Ingram, quien sentía que Valentino eclipsaba su fama, pero Mathis tenía
mayor poder dentro de la industria y se salió con la suya. El director se
desquitó centrando la atención de la cámara en la actriz Alice Terry, su propia imposición personal en Los cuatro jinetes del apocalipsis.
A partir de entonces Terry protagonizó prácticamente todas las películas de Ingram
y hasta codirigió un par de ellas. El director y la actriz contrajeron
matrimonio en 1921, mientras filmaban El prisionero de Zenda, y
permanecieron unidos hasta la muerte de Ingram en 1950.
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Rudolph Valentino, June Mathis y Rex Ingram durante el rodaje de Los cuatro jinetes del apocalipsis (1921). |
Mathis y Valentino realizaron
otros trabajos juntos, y fueron amigos hasta el final de sus vidas. Valentino
falleció en 1926 a los 31 años; fue puesto en un nicho prestado por Mathis,
quien murió en 1927 a los 40 años, siendo puesta en el nicho contiguo. En el
presente siguen enterrados el uno junto a la otra en el cementerio Hollywood
Forever.