30/12/2022

Fin de año

Se acaba otro año y sólo resta desear que el próximo sea mejor en todos los aspectos, lo que incluye el descubrimiento de copias de filmes silentes desaparecidos. Y mejor si es alguno de mis 10 filmes perdidos anhelados... Todavía no tengo suficiente de mis estrellas mudas preferidas. 
Brindemos por todo eso con nuestro guapo príncipe estudiante, Ramon Novarro:


Y después, a bailar sin descanso hasta el amanecer. El primero en caer paga la cuenta y lava los platos. 



23/12/2022

Navidad vintage

Las ocupaciones usuales de diciembre absorven casi todo mi tiempo, limitando mucho mis momentos virtuales. Dejo algunas hermosas y también románticas postales navideñas. Varias son de origen polaco. 
¡Feliz Navidad 2022! 


16/12/2022

Para una Navidad distinta

Ya está próxima la Navidad, y desde principios de noviembre el comercio invade las ciudades con material alusivo. Navidad, como otras fiestas y conmemoraciones marcadas en el calendario, perdió su condición de día excepcional. Ahora se extiende por dos largos meses convertida en una feria de luces chillonas. 
Así que acá dejo algunas ideas personales para quienes deseen armar una Navidad menos carnavalesca y agotadora.



1) Adornar la casa cerca de la fecha
La decoración de una fiesta determinada pierde sentido y deja de ser atractiva cuando se hace habitual. El 22 de diciembre es buena fecha para comenzar a colgar los adornos navideños, antes están fuera de lugar. 



2) Comprar y adornar el árbol de Navidad con la familia
Sí, lamentablemente el árbol navideño sintético se ha impuesto al pino y al abeto, pero déjenme aclarar algo: Un trozo de plástico con forma de conífera no hace un árbol navideño. Compren un árbol de verdad; elíjanlo y adórnenlo en familia; eso es Navidad. 



3) Limitarse con la decoración
Sobrecargar la casa con adornos navideños chillones y ruidosos no es una buena idea. Además del gasto extra y la perturbación causada al vecindario, llegada la Nochebuena todos estarán más que hartos e insensibilizados. Es natural, todo exceso termina por hartar. Unos pocos adornos llamativos bien distribuidos son más certeros que cubrir la totalidad de la casa con guirnaldas y luces. 



4) Enviar tarjetas
Las tarjetas navideñas se consideran erroneamente obsoletas. Es verdad que su venta ha descendido muchísimo, pero existe una pequeña industria dedicada a ellas que ha conseguido mantenerlas en el mercado. En estos tiempos de lo intangible, una tarjeta navideña real sería un regalo tan inesperado como hermoso. 



5) Leer relatos navideños
Leer Canción de Navidad (Charles Dickens), El regalo de los Reyes (O'Henry) y los capítulos de los Evangelios dedicados al nacimiento e infancia de Jesús es una actividad más que recomendable. Y mejor si se realiza en grupo. Leer con los niños de la familia potenciará el apego a la lectura en los más jóvenes y brindará la oportunidad de compartir con ellos en un ámbito diferente.


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09/12/2022

La Nochebuena (Wladislaw Starewicz, 1913)

Aquí está la película que todos los enemigos de la Navidad amarán ver. La Nochebuena (Noch pered rozhdestvom) es un filme ruso menor que adapta un cuento de Nikolai Gogol donde se aúna fantasía, humor, enredos y una historia de amor, todo en el marco de la noche anterior a la Navidad. Pero a despecho de su título, nada en la historia hace pensar en la festividad decembrina. No hay Santa Claus, saco de regalos ni duendes, sino una bruja coquetona, varios costales rellenos con hombres, y un divertido diablo peludo que se roba el espectáculo. Una verdadera pesadilla navideña. 
Se trata del único trabajo con humanos que se conserva del marionetista de insectos y juguetes y pionero del stop-motion Wladislaw Starewicz. No es una gran película, ni siquiera una promedio, pero si una curiosa alternativa al común de los filmes navideños.

Resumen: ALERTA DE SPOILER
La noche anterior a Navidad la bruja Solokha (Lidiya Tridenskaya) sale a volar en escoba sobre su aldea ucraniana acompañada por un diablo travieso (Ivan Mozzhukhin) que parece escapado de un bestiario medieval: Su cara es semejante a la de un puerco, tiene colmillos muy largos, cuernos oscuros y orejas puntiagudas; su cuerpo delgado está cubierto de sucio pelo negro, y exhibe una larga cola nerviosa. La veleidosa Solokha está enredada amorosamente con este adefesio, que aprovecha el viaje en escoba para juguetear con ella. Después roba la Luna, que es un trozo de luz ardiente, y entra en casa de la bruja al estilo Santa Claus, por la chimenea. Hay un divertido juego de seducción entre ambos. Solokha no es joven ni guapa, pero exhibe una coquetería y sensualidad vulgar que seduce a diablos y hombres por igual.


Al mismo tiempo el herrero Vakula (Pyotr Lopukhin), hijo de Solokha, acude a declararse a Oksana (Olga Obolenskaya), la hermosa hija del cosaco Chub (Pavel Knorr). La caprichosa muchacha afirma que sólo se casará con él si le trae los zapatos de tacón de la zarina para presumirlos ante sus amigas.  
El diablo sale por la chimenea al ver que la Luna se escapa. No pudiendo atraparla decide divertirse un poco molestando al cosaco Chub y a su amigo, que se dirigen a la taberna. Los sorprende en el camino y les arroja nieve hasta hacerles perder el rumbo. De regreso con la bruja, el simpático diablo es escondido en un saco cuando uno de los amantes de Solokha se presenta en la casa. Tres hombres son metidos en sacos y apilados como leña hasta que la llegada de Vakula obliga a Solokha a encontrarse con otro de sus galanes afuera de la casa. 


Tras varios enredos los hombres son liberados. Vakula se lleva el saco que contiene al diablo y parte en busca de los zapatos de la zarina. Hace una parada en casa de un brujo glotón que usa la telekinesis para meter comida en su boca. Vakula pide indicaciones sobre como encontrar un diablo que lo ayude en su tarea. Mientras habla, la larga y cochambrosa cola del diablo barre el suelo saliendo del costal. Al no obtener respuesta, Vakula continua su viaje. 
El diablo se libera del saco y se monta en la espalda de Vakula para usarlo como transporte, práctica usual en los diablos y brujos del folklor eslavo. Pero el herrero lo coge por la cola, que parece ser su punto débil, y le exige que lo lleve volando sobre su espalda hasta el palacio de la zarina en San Petersburgo o de lo contrario le hará el signo de la cruz. El pobre y delgado diablo no tiene más opción que cargar con el corpulento Vakula. 


Ya en el palacio se encoge y oculta en el bolsillo del herrero, quien consigue los tan anhelados zapatos. De regreso en la aldea, Vakula apalea al diablo antes de dejarlo marchar y luego va con Oksana, que está dispuesta a casarse con él incluso sin los zapatos. En el infierno, otros diablos se burlan del peludo por sus desventuras.
 

Estrenada el 26 de diciembre de 1913, La Nochebuena es una comedia menor que a ratos resulta algo rígida por un exceso de planos generales (problema común en mucho cine de la época) y la estrechez de su escenario, sin embargo es interesante por romper el tópico de las películas navideñas. Lo más cercano que muestra a la Navidad tal y como se la conoce es un grupo de aldeanos que parecen cantar villancicos portando un adorno luminoso.
Los trucos visuales no son muy buenos, excepto el de la Luna escapando y el más complejo del encogimiento del diablo, pero tampoco están realmente mal y cumplen con su cometido.  
Las actuaciones son algo acartonadas exceptuando a Lidiya Tridenskaya e Ivan Mozzhukhin, quienes también interpretan a los mejores y más agradables y divertidos personajes del filme. Sí, la bruja gorda y el diablo peludo simpatizan más que la caprichosa cosaca y el aburrido herrero.
Está fuera de toda duda que lo más sobresaliente de la película es el horrible y alocado diablo. Con este rol Ivan Mozzhukhin realiza uno de sus primeros grandes trabajos de actuación, esta vez usando a medias su mejor recurso, la sorprendente expresividad de su rostro, ya que el maquillaje y las prótesis faciales limitan un tanto sus expresiones, aunque no le impiden hacer unas cuantas muecas grotescas. Pero incluso embutido en un disfraz que lo cubre por completo volviéndolo irreconocible, Mozzhukhin consigue dar vida al mejor personaje. Su diablo se roba la película (además de la Luna) con sus travesuras. Aprovechando sus capacidades atléticas, el gran actor ejecuta escenas ágiles y memorables haciendo que el diablo de giros, se retuerza y salte como un animal de una forma que evidencia lo mucho que se divirtió interpretándolo. 

Ivan Mozzhukhin en la época
de filmación de la película, aproximadamente.

Según declaraciones de Starewicz, la cola del diablo fue hecha y puesta en el disfraz por el propio actor, lo que reafirmaría que el rol le gustó bastante. Los demás personajes mejoran notablemente cuando interactúan con el diablo, y en cambio la película decae cuando él desaparece de escena. 
Si se necesita una sola razón para ver La Nochebuena, Ivan Mozzhukhin es una excelente razón. Sus admiradoras más románticas quedarán boquiabiertas al verlo en este diabólico rol; los demás estarán fascinados con su destreza para el humor físico. También será una película de interés para quien haya leído Veladas en un caserío de Dikanka de Gogol y para los curiosos del cine ruso zarista. Recomendable.


 

02/12/2022

Charles Chaplin habla sobre El chico

Tras casarnos, el embarazo de Mildred resultó ser una falsa alarma. Transcurrieron varios meses y yo sólo había rodado una película en tres rollos, "Idilio campestre", y fue tan doloroso como la extracción de una muela. Sin lugar a dudas, el matrimonio había tenido un efecto negativo en mis facultades creadoras. Después de esa película me estrujé en vano los sesos en busca de una idea.
En semejante estado de desesperación, era un alivio ir al Orpheum a distraerme un poco, y en esa disposición de ánimo vi a un bailarín excéntrico; no era nada extraordinario, pero al final de su interpretación sacó a su hijo, un niño de cuatro años, para que saludase con él. Después de saludar con su padre, el chiquillo empezó de repente a ejecutar unos divertidos pasos de baile; luego miró graciosamente al público, lo saludó con la mano y se marchó corriendo. El público empezó a reír a carcajadas, de modo que el niño tuvo que salir de nuevo y ejecutar un baile distinto. En otro niño puede que hubiera resultado mal. Pero como Jackie Coogan era encantador, el público disfrutó lo indecible. Hiciera lo que hiciese, el niño tenía una personalidad atractiva.


No volví a pensar en él hasta una semana después. Estaba sentado en el plató del exterior con nuestra compañía, luchando aún por que se me ocurriese una idea para mi próxima película. En tales ocasiones solía sentarme con ellos, pues su presencia y sus reacciones constituían un estímulo para mí. Aquel día me sentía bloqueado e indiferente, y a pesar de sus amables sonrisas, sabía que mis esfuerzos eran vanos. Mi imaginación vagaba de un lado para otro, y hablé de los números que había visto interpretar en el Orpheum y de aquel niño, Jackie Coogan, que salió a saludar con su padre.
Alguien dijo que había leído en un diario de la mañana que Jackie Coogan acababa de firmar un contrato con Roscoe Arbuckle para hacer una película. Fue como si me fulminara un rayo. 
-¡Dios mío! ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? Sin duda alguna, el chico resultaría estupendo en el cine -Luego enumeré sus posibilidades, los gags y los argumentos que podía hacer con él.
Las ideas acudían a mi imaginación sin cesar. 
-¿Pueden imaginarse al vagabundo de vidriero, al niño corriendo por las calles rompiendo cristales y al vagabundo que llega para colocar otros cristales? ¡Lo atractivos que resultarían el niño y el vagabundo viviendo juntos toda clase de aventuras!


Me senté a componer durante un día entero el guión, del que tracé una escena tras otra, mientras todos me miraban de reojo. No comprendían por qué me mostraba tan entusiasmado por una causa perdida. Durante varias horas continué inventando trucos y situaciones. De repente me acordé: 
-¿Pero de qué sirve todo esto? Arbuckle ha firmado un contrato con él y probablemente tiene ideas parecidas a las mías. ¡Qué idiota he sido al no haber pensado antes en ello!
Durante toda la tarde y toda la noche solo pude pensar en las posibilidades de una película con aquel niño. A la mañana siguiente, en un estado depresivo, reuní el elenco para ensayar, Dios sabe por qué razón, pues no tenía nada que hacer; así que me senté en el plató rodeado de todos, en un estado de excitación mental.
Alguien sugirió que podría encontrar otro niño, acaso un negrito. Pero moví la cabeza con gesto de duda. Sería difícil encontrar a un chico con tanta personalidad como Jackie.
Alrededor de las once y media, Carlisle Robinson, nuestro agente de publicidad, llegó a todo correr al escenario, sin aliento y excitado: 
-¡No es Jackie Coogan quien ha firmado el contrato con Arbuckle! ¡Es el padre, Jack Coogan!
Me levanté de un salto de mi silla. 
-¡Deprisa! ¡Llama al padre por teléfono y dile que venga inmediatamente! ¡Es muy importante!
Quedamos electrizados por la noticia. Algunos se acercaron a mí y me dieron palmaditas en la espalda. Estaban entusiasmados. Cuando el personal de la oficina se enteró vino al escenario a felicitarme. Pero todavía no había firmado el contrato con Jackie; aún cabía la posibilidad de que Arbuckle tuviera de pronto la misma idea. De modo que le dije a Robinson que tuviera cuidado con lo que decía por teléfono y que no nombrase para nada al chico. 


-Ni siquiera se lo digas al padre hasta que esté aquí. Dile, simplemente, que es muy urgente; que tenemos que verle enseguida, antes de media hora. Y si él no puede venir, entonces vete a su estudio. Pero no le digas nada hasta que esté aquí.
Hubo dificultades para encontrar al padre; no estaba en el estudio, y durante dos horas fui presa de una terrible ansiedad.
Por fin, sorprendido y aturdido, llegó el padre de Jackie. Le cogí del brazo.
-¡Causará sensación! ¡Será lo nunca visto! ¡Todo lo que tiene que hacer es esta película! -fui desvariando de una manera entrecortada. Debió de pensar que me había vuelto loco-. ¡Esta película le dará a su hijo la oportunidad de su vida!
-¿A mi hijo?
-Sí, a su hijo, si me lo deja para esta película únicamente.
-Pero bueno, claro que puede disponer del niño —dijo.
Dicen que los niños y los perros son los mejores actores de cine. Pongan a un niño de doce meses en una bañera con una pastilla de jabón, y cuando trate de atraparla producirá un alboroto de risa. Todos los niños tienen talento de un modo o de otro; la cuestión es lograr que lo pongan de manifiesto. Con Jackie fue fácil. Había que aprender unas cuantas reglas básicas de la pantomima, y Jackie las dominó enseguida. Era capaz de comunicar emoción a la acción y acción a la emoción, y podía repetir una escena una y otra vez sin perder la espontaneidad.
Hay una escena en "El chico" en la que el niño se dispone a tirar una piedra contra una ventana. Un policía se coloca furtivamente detrás de él, y cuando echa la mano hacia atrás para lanzar la piedra tropieza con la chaqueta del policía. Lo mira, y luego, como si estuviese jugando, tira la piedra al aire, la coge después con gesto inocente, la arroja al suelo, se aleja despacio y de repente echa a correr.
Cuando la escena estuvo a punto, le dije a Jackie que me mirase, recalcando las palabras: 
-Coges una piedra, luego miras hacia la ventana, y después te dispones a tirar la piedra; echas la mano hacia atrás, pero tocas la chaqueta del policía, palpas sus botones, y luego te vuelves y ves al policía; tiras la piedra al aire como si estuvieses jugando, y a continuación la arrojas al suelo; te vas andando, como sin darle importancia, y de repente, echas a correr, disparado.
Ensayó la escena tres o cuatro veces. Por fin, estuvo tan seguro de su papel, que la emoción surgía espontáneamente. En otras palabras, sus gestos producían la emoción. La escena resultó una de las mejores de Jackie y fue uno de los momentos culminantes de la película.


Por supuesto, no todas las escenas se rodaban con tanta facilidad. Las más sencillas le daban a menudo más trabajo, como suele ocurrir en esos casos. En una ocasión quise que se columpiase con naturalidad en una puerta, pero como no tenía ninguna otra cosa en la cabeza, lo hacía con tal afectación que tuvimos que desistir.
Es difícil actuar con naturalidad si la mente no trabaja. Es difícil escuchar en el plató; el aficionado tiende a mostrar demasiada atención. Cuando la mente de Jackie funcionaba, su actuación era soberbia.
El contrato del padre de Jackie con Arbuckle terminó pronto, de modo que pudo estar en nuestro estudio con su hijo, y después hizo el papel de ratero en la escena de la casa que se derrumba. A veces nos prestaba una gran ayuda. Había una escena en la que queríamos que Jackie llorase de verdad cuando dos funcionarios de un correccional se lo llevan de mi lado. Le conté toda clase de historias horripilantes, pero Jackie estaba muy alegre y juguetón.
-Le haré llorar -dijo el padre, una hora después.
-No lo asuste ni le haga daño -dije, sintiéndome culpable.
-¡Oh, no, no! -aseguró el padre.
Jackie estaba tan contento que no tuve valor para quedarme ni ver qué iba a hacer el padre; así que me fui a mi camerino. Momentos después oí a Jackie que chillaba y gritaba.
-Ya está -dijo el padre.
Era una escena en la que arranco al niño de los oficiales del correccional, y mientras está llorando lo abrazo y lo beso.
-¿Cómo ha logrado usted hacerle llorar? -le pregunté al padre cuando terminamos.
-Pues diciéndole sencillamente que si no lloraba nos lo llevaríamos del estudio y lo enviaríamos de verdad al correccional.
Me volví hacia Jackie y lo cogí en brazos para consolarle. Sus mejillas estaban húmedas todavía.
-Nadie se te va a llevar de aquí -le dije.
-Ya lo sabía -murmuró-. Papá estaba bromeando.


Gouverneur Morris, autor y escritor de novelas cortas, que había escrito muchos guiones para el cine, me invitaba con frecuencia a su casa. Guvvy, como le llamábamos, era un hombre encantador y simpático, y cuando le hablé de "El chico" y de la forma que le estaba dando, mezclando la comedia burlesca con lo sentimental, me dijo:
-No resultará bien. La forma tiene que ser pura, o comedia burlesca o drama; no puede usted mezclarlos, porque si no, uno de los elementos de su película fracasará.
Tuvimos una discusión dialéctica sobre esto. Le dije que la transición de la comedia burlesca a la sentimental era una cuestión de matiz y de habilidad al disponer las secuencias. Aduje que la forma surgía después de haberla creado; que si el artista imagina un mundo y cree sinceramente en él, sin tener en cuenta los componentes que haya en él, ese mundo resultará convincente. Claro que no tenía otras bases en que apoyar esta teoría, a no ser en la intuición. Se había utilizado la sátira, la farsa, el realismo, el naturalismo, el melodrama y la fantasía; pero la comedia burlesca cruda y el sentimentalismo, que eran las premisas sobre las cuales se cimentaba "El chico", eran una innovación. 
(…)
Yo había tenido algunas desavenencias con la First National respecto a "El chico"; era una película larga, de siete rollos, y querían estrenarla como tres comedias de dos rollos. De esta forma solo me pagarían cuatrocientos cinco mil dólares por "El chico". Como la película me había costado casi medio millón, además del trabajo de dieciocho meses, les dije que antes se helaría el infierno. Me amenazaron con ponerme un pleito. Legalmente, tenían pocas probabilidades de ganar, y lo sabían. Por tanto, decidieron actuar por medio de Mildred y trataron de incautarse de "El chico".
Como no había terminado de montar la película, mi instinto me dijo que la acabase en otro estado. Así que me dirigí a Salt Lake City con un equipo compuesto de dos ayudantes y unos cuatrocientos mil pies de película, integrada por quinientos rollos. Nos alojamos en el hotel Salt Lake City. En uno de los dormitorios colocamos las películas, ocupando todos los muebles, repisas, cómodas y cajones, para colocar encima de ellos los rollos. Era contrario a la ley tener cualquier material peligrosamente inflamable en un hotel, de modo que tuvimos que hacerlo en secreto. En estas circunstancias continuamos el montaje. Teníamos más de dos mil escenas que clasificar, y aunque estaban numeradas, a veces se extraviaba alguna y perdíamos horas enteras en su búsqueda, debajo y encima de la cama y en el cuarto de baño, hasta encontrarla. Con estas trabas desconsoladoras y sin las instalaciones adecuadas, fue un milagro que terminásemos el montaje.


Y acto seguido tenía que pasar por la aterradora prueba de proyectarla previamente ante un público. Sólo la había visto con un pequeño proyector de montaje, que daba una fotografía no mayor que una tarjeta postal sobre una toalla. Me alegré de haber visto las escenas principales en mi estudio sobre una pantalla de tamaño normal; pero ahora tenía la deprimente impresión de haber estado trabajando quince meses en las tinieblas.
Nadie había visto la película, excepto el personal del estudio. Después de pasarla unas cuantas veces por el aparato de montaje, nada parecía tan gracioso ni tan interesante como habíamos imaginado. Sólo nos tranquilizaba pensar que nuestro entusiasmo inicial había perdido su fuerza.
Decidimos hacer la prueba decisiva y arreglamos las cosas para proyectarla en un cine local, sin previo aviso. Era una sala grande, y se llenó en sus tres cuartas partes. Me senté desesperado y esperé a que comenzase la película. Aquel público no parecía simpatizar con nada de lo que yo pudiera presentarle. Empecé a dudar de mi propio juicio acerca de lo que podía gustarles y respecto a su reacción ante mis comedias. Quizá me había equivocado. Tal vez todo el asunto fuera un error y el público lo miraría con asombro. Entonces se me ocurrió la desazonadora idea de que un actor puede a veces estar completamente equivocado en sus ideas sobre una comedia.
De repente se me subió el corazón a la garganta cuando aparecieron en la pantalla unos titulares: «Charlie Chaplin en su última película, 'El chico'». Estallaron gritos de alegría y se oyeron algunos aplausos. Paradójicamente, aquello me inquietó; podía significar que esperaban demasiado y luego sentirse decepcionados.
Las primeras escenas eran una exposición, lenta y solemne, y me tuvieron en un estado agónico de intranquilidad. Una madre abandona a su hijo y lo deja en un coche; el coche es robado. Por último, los ladrones colocan al niño junto a un cubo de la basura. Entonces aparecía yo, el vagabundo. Se oyó una carcajada, que creció y aumentó. ¡Habían entendido el chiste! A partir de entonces supe que no me había equivocado. Descubría al bebé y lo adoptaba. Los espectadores rieron al ver una hamaca improvisada hecha de sacos viejos y lanzaron gritos cuando alimenté al niño utilizando una tetera, en cuyo pitorro había puesto una tetina, y chillaron aún más cuando hice un agujero en el asiento de una silla desvencijada de rejilla y la coloqué encima de un orinal. En realidad, no dejaron de reír a lo largo de toda la película.


(…)
Y entonces los señores de la First National vinieron a mí, metafóricamente hablando, sombrero en mano. El señor Gordon, uno de los vicepresidentes y propietario de gran número de cines de los estados del Este, dijo: 
-Quiere usted un millón y medio de dólares y nosotros ni siquiera hemos visto la película. 
Convine en que tenían algo de razón, de modo que llegamos a un arreglo para que se proyectase la película.
Fue una noche lúgubre. Veinticinco exhibidores de la First National llenaban la sala de proyección, como si asistieran a una investigación judicial relacionada con un asesinato. Era un grupo de hombres desangelados, escépticos y antipáticos.
Empezó la película. El título preliminar era: «Una película con una sonrisa y quizá una lágrima». 
-No está mal -dijo el señor Gordon, tratando de mostrar su magnanimidad.
Desde la proyección efectuada en Salt Lake City había ganado cierta confianza; pero antes de llegar a la mitad de la película aquella confianza se vino abajo; allí donde el filme había hecho reír a carcajadas al público, sólo se oían una o dos risitas. Cuando terminó y se encendieron las luces se hizo un silencio momentáneo. Luego empezaron todos a desperezarse, a parpadear y a hablar de otras cosas.
-¿Qué vas a hacer esta noche, Harry?
-Llevaré a mi mujer a cenar al Plaza, y luego iremos al espectáculo de Ziegfeld.
-He oído que está muy bien.
-¿Quieres venir con nosotros?
-No; me marcho de Nueva York esta noche. Quiero estar de vuelta para la graduación de mi hijo.
Durante toda esta charla se me pusieron los nervios de punta.
-Bien -dije por fin, alzando la voz-; ¿cuál es su «veredicto», señores?
Algunos se removieron, azorados; otros miraron el suelo. El señor Gordon, que sin duda era el portavoz de todos ellos, empezó a pasear lentamente de un lado a otro. Era un hombre rechoncho y pesado, con una cara redonda, parecida a la de un búho, y gafas de gruesos cristales.
-Bueno, Charlie -me dijo-, tendré que discutirlo con mis socios.
-Sí, ya lo sé -repliqué enseguida-. Pero ¿qué le ha parecido la película? 
Dudó un momento y luego dijo, riendo entre dientes:
-Charlie, estamos aquí para comprarla, no para decir si nos ha gustado.
Esta observación dio lugar a una o dos risotadas.
-No les cobraré más si les gusta -dije. Dudó.
-Con franqueza, esperaba algo más.
-¿Qué esperaba usted?
-Mire, Charlie -dijo con lentitud-, para un millón y medio de dólares…, bueno…, no creo que sea para tanto.
-¿Qué quería usted? ¿El derrumbamiento del puente de Londres?
-No. Pero… para un millón y medio… -Su voz se quebró en un falsetto.
-Bien, señores, ese es el precio, pueden tomarlo o dejarlo -dije con impaciencia.
J. D. Williams, el presidente, se acercó, se hizo cargo de la situación y comenzó a darme jabón.
-Charlie, me parece maravillosa. Es humana, diferente -No me gustó el «diferente»-. Sólo le pido que tenga un poco de paciencia y arreglaremos esta cuestión.
-No hay nada que arreglar -dije con brusquedad-. Les doy una semana para que se decidan.
Después de como me habían tratado ya no sentía ningún respeto por ellos. Sin embargo, pronto se decidieron, y mi abogado llegó a un acuerdo, estipulando que yo percibiría el cincuenta por ciento de los beneficios después de que ellos hubieran recuperado su millón y medio. Se alquilaría por un plazo de cinco años, pasados los cuales la película volvería a ser de mi propiedad, como mis otras películas.


(…)
Hubiera deseado quedarme más tiempo en Nueva York, pero tenía que trabajar en California. En primer lugar, quería terminar cuanto antes mi contrato con la First National, porque estaba ansioso de empezar con la United Artists.
El regreso a California fue un poco deprimente después de la libertad, la brillantez y la fascinante vida intensa que había llevado en Nueva York. El problema de terminar cuatro películas de dos rollos para la First National se me presentaba como una tarea insuperable. Durante varios días estuve sentado en el estudio, ejercitando el hábito de pensar. Como tocar el violín o el piano, el pensamiento necesita practicarse todos los días, y yo había perdido la costumbre.
(…)
Por fin se estrenó "El chico" en Nueva York y tuvo un éxito enorme. Como le había profetizado a su padre el primer día que me entrevisté con él, Jackie Coogan causó sensación. Como resultado de su éxito en "El chico", Jackie ganó en su carrera más de cuatro millones de dólares. Todos los días recibíamos recortes de críticas maravillosas; proclamaron "El chico" como una obra clásica. Pero no tuve el valor de ir a Nueva York; preferí permanecer en California y enterarme de las noticias desde allí.

Charles Chaplin, 
Autobiografia, 1964.

Jackie Coogan visitando a Chaplin en el set de 
Luces de la ciudad (City lights, 1931).


25/11/2022

Actrices con gatos

Antes publiqué una entrada dedicada a los perros. Ahora es el turno de mis favoritos, los gatos. 
Si el perro es el mejor amigo del hombre, entonces el gato es el mejor amigo de la mujer. Mi búsqueda de imágenes felinas tuvo excasos resultados masculinos; en cambio, parecen haber sido las mascotas predilectas de las actrices. 
Acá una selección de imágenes. Fue difícil encontrarlas y algunas no poseen la mejor resolución, mas cumplen. 

Phyliss Haver

Mary Pickford

Ruth Roland

Carol Dempster

Brigitte Helm

Mary Philbin

Agnes Esterhazy

Mabel Normand

Erna Morena

Evelyn Nesbit

Liane Haid

Anny Ondra

Ruth Weyher

Bessie Eyton


Bonus:
Dolores Costello y John Barrymore