29/09/2023

Colleen Moore sobre ser flapper

Una flapper es sólo una chiquilla que está creciendo. Usa faldas atrevidas por diversión, porque piensa que son elegantes y atrevidas. ¿A que chica normal no le gusta ser elegante y atrevida a la vez?
Las flappers son tan anticuadas como la mayoría de las jóvenes. Quieren casarse y vivir en una casa de campo, ¡pero pregonan sus aspiraciones de la forma más moderna posible!
Si las dejaran a su suerte, probablemente bailarían y coquetearían como siempre lo han hecho las chicas. ¡Aunque, sinceramente, no creo que usaran faldas tan cortas!
Les gusta su libertad, les gusta ser un poco atrevidas, chasquear sus deditos, tan cuidados y astutos, frente al mundo, pero en el fondo son iguales a mi abuela de joven. 
La principal diferencia es que la flapper tiene más ambición, y ahora hay más cosas que desear, y también más posibilidades de obtenerlas. Exige más a los hombres porque ahora sabe más de cómo funcionan. Usa lápiz labial, polvos y rubor, e imita a sus mayores. Sabe más de la vida que su madre a su edad porque la ve más. Sabe lo que quiere y lo que hace, y afronta la vida con una esperanza ardiente y vibrante. Es elegante y valiente.
La flapper tiene encanto, buena apariencia, buena ropa, intelecto y una sana perspectiva. ¡Estoy orgullosa de flappear, lo estoy!

Colleen Moore

  
  

22/09/2023

El sombrero de Nueva York (D.W. Griffith, 1912)

La adorable Mary Pickford protagoniza este pequeño drama donde los eternos chismosos del pueblo se unen para arruinar la alegría inocente de una muchacha y su sombrero.
El sombrero de Nueva York (The New York Hat) es un drama algo forzado que a pesar de todo mantiene su interés por la vigencia de ciertos temas y los talentos involucrados en la producción. Griffith, como de costumbre, se rodea de actores talentosos y da clases de narración fílmica, y Pickford es simplemente grande.


Resumen: ALERTA DE SPOILER
En su lecho de muerte, una madre (Kate Bruce) entrega al ministro de la iglesia local (Lionel Barrymore) sus ahorros y una carta donde explica que su avaro marido (Charles Hill Mailes) la hizo trabajar hasta la muerte sin nunca permitirle dar algún lujo a su hija (Mary Pickford). La mujer pide que el amable ministro use el dinero para comprarle algo bonito a la muchacha, que queda al cuidado de su tacaño padre. Este es un tipo seco y avinagrado que se despreocupa de las necesidades básicas de su joven hija: La hace vestir ropa vieja y fea que le va estrecha, y se niega a comprarle un sombrero nuevo aunque el único que posee ya está para tirar. La muchacha sufre por el aislamiento social que le significa ir tan mal vestida, pues las otras jóvenes del pueblo, todas bellamente trajeadas y con lindos sombreros, la evitan y se burlan de ella por su pobreza. 
El ministro, cuya rápida sonrisa irradia alegría, calma y paz, sorprende a la muchacha frente al escaparate de una sombrerería. Ella  observa con anhelo y admiración un extravagante sombrero traído de Nueva York. Cuesta 10 dolares y está fuera de toda duda que no luciría bien en un pueblo tan pequeño y estrecho de miras.


El ministro, recordando la última voluntad de la madre, entra en la tienda y compra el sombrero. Tres urracas (Claire McDowell, Mae Marsh y Clara T. Bracy) que curiosean por el lugar de inmediato empiezan a cacarear con malicia. 
Mientras, el simpático ministro entrega a la muchacha el disparatado sombrero. Ingenuamente le pide guardar el secreto y se marcha sin pensar que tal regalo podría resultar sospechoso para las viejas ciruelas con exceso de tiempo libre.
Ajena a esto, la joven queda encantada con el sombrero. Su alegría es tal que ella tampoco piensa en lo que un regalo tan costoso hará sospechar a las prejuiciosas de la parroquia. No, ella es dulce, inocente y está feliz. Sale a pasear con sus viejas ropas y el elegante sombrero. Por supuesto, tal combinación es un desatino, y al rechazo anterior se unen las murmuraciones, alentadas por el trio de chismosas.


Estas, seguras de que la joven y el ministro mantienen una relación impía, aprovechan la salida de la iglesia para difundir su historia entre todo el pueblo. La muchacha, primero objeto de miradas burlonas por lo incongruente de su conjunto, ahora se ve expuesta al rechazo de la comunidad en masa. 


Las habladurías llegan a oídos de su despreocupado padre, que sólo entonces se preocupa. Llevado por la ira, el amargado viejo destroza el sombrero de su hija. 
Mientras tanto las cotorras, inconformes con únicamente manchar reputaciones por el gusto de hablar sin saber, acuden a los padres del pueblo y ellos piden explicaciones al pastor. Lo que empezó como un acto bienintencionado ahora es un problema que afecta a todos. 
El avaro también acude al pastor. Y la desgraciada muchacha. Todos hablan a la vez y el amable y sonriente pastor los hace callar de la forma mas sencilla: Leyéndoles la carta póstuma de la madre de la chica. 


Las estiradas cotillas obtienen su merecido cuando los padres les vuelven el rostro con desprecio, y el tacaño queda expuesto ante todos como el mezquino que es.
Aclarado todo, el pastor revela que, en cierta forma, las comadres no andaban tan erradas: Él tiene un interés especial en la muchacha y lo demuestra ofreciéndole matrimonio. Tras un intercambio de ideas con su padre ella acepta, confusa pero feliz.


Este breve filme dramático (16 minutos) cuenta una historia atemporal que lo hace funcionar aun con sus muchos elementos anticuados. Los chismosos y maledicentes siempre han existido, y en las iglesias parecen estar los peores. Sus víctimas suelen ser personas vulnerables como la joven protagonista, huérfana de madre y con un padre tacaño, despreocupado y dispuesto a dar oídos a cualquiera que no sea su hija.
La joven interpretada por Mary Pickford despierta la compasión del espectador desde la primera aparición junto a su madre moribunda. Ella es tierna, inocente, bonita y muy verosímil; duele verla tan abandonada, vistiendo una falda desteñida y una chaqueta dos tallas más pequeña. Es encantadora en sus juegos junto al espejo y es triste ver como se esfuerza vanamente tratando de obtener la atención de las demás muchachas. 


La única persona que presta un poco de atención a la chica es el benévolo, alegre y moderadamente guapo pastor, que usurpa sin esfuerzo el rol paternal en la vida de la muchacha. Lionel Barrymore demuestra su valía para el cine con un encanto maravilloso.
El sombrero de Nueva York fue la última película de Mary Pickford a las órdenes de Griffith para la Biograph antes de unirse a Famous Players Company. Es uno de los cortometrajes más populares del director por la trama y exposición de la naturaleza humana. Griffith aprovecha al máximo el talento de su protagonista, realizando primeros planos en los momentos más intensos. 
A ratos todo parece excesivamente melodramático y se puede decir que Griffith era así, pero no olvidemos la importancia de la apariencia en aquellos años. El sombrero no era un adorno sino una pieza imprescindible del vestuario y un símbolo de estatus. Mientras más grande y vistoso, mejor. Y los sombreros con largas plumas, gruesas cintas y pobres pájaros muertos, tuvieron su momento. Acá unos ejemplos en imágenes de revistas de la época:


Además de Mary Pickford y Lionel Barrymore, la película incluye a Mae Marsh, Claire McDowell y apariciones especiales de Jack Pickford, Lillian Gish y Robert Harron; algunos espectadores mencionan a Mack Sennet y Dorothy Gish pero no logré ubicarlos. El guion fue el debut de Anita Loos. 
El sombrero de Nueva York es una película sencilla y agradable, y una de las mejores interpretaciones de Mary Pickford en un cortometraje. Explica sin aspavientos por qué se convertiría en una estrella en roles de niñas y jovencitas: Sabía proyectar inocencia y candor.  
Recomendable.


15/09/2023

Citas: Drama y fantasía en el cine

El cine no puede ni debe conformarse con una simple historia dramática. La vida es una mezcla perpetua de drama y fantasía. El drama es el fondo, el marco. La fantasía es un bordado, lo inesperado que despierta constantemente la mente del espectador y ayuda a que la obra sea más completa.

Ivan Mozzhukhin



08/09/2023

Las mejores películas de 1921

1921 es un año con marca femenina: Algunas de sus mejores películas tienen como protagonistas o en roles destacados a mujeres interesantes y complejas. Actrices talentosas y versátiles como Asta Nielsen, Lil Dagover, Hilda Borgstrom y las hermanas Lillian y Dorothy Gish, dejan su marca particular en obras imprescindibles del séptimo Arte. 
Estados Unidos y Suecia continuan liderando la producción, mientras Alemania comienza a ceder paso a otras cinematografías. Francia, aunque dominada por una fiebre de experimentación visual, consigue un par de logros trascendentes. 

12) Hamlet 
Svend Gade y Heinz Schall, Alemania.

11) Johan 
Mauritz Stiller, Suecia.

10) Fiebre
Fièvre, Louis Delluc, Francia

9) Los tres mosqueteros
The three musketeers, Fred Nibblo, Estados Unidos.

8) El gato montés 
Die bergrkatze, Ernst Lubitsch, Alemania.

7) La Atlántida
L' Atlantide, Jacques Feyder, Francia.

6) La fruta prohibida 
Forbidden fruit, Cecil B. DeMille, Estados Unidos.

5) Huérfanas de la tormenta 
Orphans of the storm, D.W. Griffith, Estados Unidos.

4) Miss Lulu Bett 
William C. DeMille, Estados Unidos.

3) La muerte cansada 
Der müde tod, Fritz Lang, Alemania.

2) El chico
The kid, Charles Chaplin, Estados Unidos.

1) La carreta fantasma
Körkarlen, Victor Sjöström, Suecia.


01/09/2023

Vistiendo como una mujer de los años veinte

Al momento de decidirse a vestir como una mujer de los años veinte aparece la inevitable pregunta: ¿Cómo era la verdadera ropa femenina de esa época? Pregunta sencilla con respuesta compleja. 
No existe la "verdadera" ropa de mujer de los años veinte, como tampoco la verdadera ropa de mujer de los años sesenta ni de los ochenta ni de los dos mil ni... En fin. Cada década de la Historia ha ostentado estilos de vestuario que se modifican a lo largo de los años. Contra lo que pudiera pensarse, el ansia de novedad no es la razón principal de tales cambios. Las necesidades, intereses y recursos de la gente, el desarrollo social, la política y los avances científicos son los que originan la transformación del vestuario. 
No hay un traje de los años veinte, sino muchos. Tomen como ejemplos estas fotografías de la época:


Y un breve recorrido con el buscador de Google redirige a páginas de revistas de moda de los veinte; los figurines proponen modelos de ropa para toda hora y actividad. 

Propuestas de ropa para uso diario.

Propuestas de vestidos para la noche.

Entonces disponemos de variadas opciones de vestuario, sólo queda elegir a gusto; no hay excusa para usar un vestido falseado a la hora de querer lucir como una mujer de los años veinte. Por si no quedó claro, acá lo explico mejor: 


En los ultimos años ha prosperado toda un área dedicada a la venta de artículos del siglo XX, ropa incluida. Las imitaciones conforman un ámbito propio en este mercado de las "antiguedades", uno accesible a casi cualquier comprador. En muchos casos se trata de adaptaciones, como estos bonitos modelos de vestidos:


¿Pero que es un lindo vestido sin el peinado correcto? El cabello en corte bob se presenta como la primera opción -y la más obvia- pero definitivamente no es la única. No todas las mujeres cortaron su cabello (¡bravo por Mary Pickford y Lillian Gish!); algunas prefirieron atarlo en coleta o recogerlo contra la cabeza con peinetas y diademas. 
De todas formas el cabello corto no es sinónimo de una mujer de la Era del Jazz, para eso es necesario darle estilo: Ondularlo u alisarlo; fijarlo sobre la frente y las orejas; dejarlo con flequillo recto o sólo un pequeño mechón ondulado; largo hasta la mejilla o el cuello. Algunas opciones:


Encontré publicidad de onduladores para el cabello y ¡hasta de cepillos para mantener las ondas en forma!


Ya seleccionado el peinado, hay que pensar en adornarlo. Sombreros, diademas y turbantes son complementos perfectos para una cabeza bonita. 


Siguen los zapatos sobre medias color carne. Los preferidos tienen tacones medianos y punta afilada con terminación redondeada. Y lo más importante: Correas en T, nunca olvidar las preciosas correas en T. 


El maquillaje es quizá lo más difícil -Nunca lo he intentado-. La piel del rostro se lleva pálida y sin marcas, cual porcelana fina, y con polvos traslúcidos. Algunas mujeres se aplicaban círculos de colorete rosado en las mejillas, aunque no era lo más usual.  
Las cejas son finas, rectas largas y van caídas y pintadas de negro. Los ojos se agrandan y redondean con un sombreado ahumado, delineador y máscaras de pestañas en tonos oscuros. 
Los labios se pintan en tonos de rojo y granate, gruesos en el centro y finos hacia las comisuras.  


Ya tenemos reunidos todos los elementos necesarios para componer un buen atuendo femenino de los años veinte, ahora sólo hay que atreverse a armarlo. Yo aún no lo hago, sólo he adaptado algunos peinados, sombreros y turbantes: