La gran obra del cine futurista italiano es un dramón convencional de divas con exceso de tópicos y escasez de futurismo. La historia no pasa de un melodrama al uso, con mujeres muriendo de amor por hombres rendidos ante cortesanas caprichosamente vestidas. Sólo en sus últimos minutos Thaïs (tambien conocida como Pérfido encanto) presenta algo de los postulados futuristas mezclados con otros ismos de la época.
Resumen: ALERTA DE SPOILER
La licenciosa condesa Vera Preobrajenska (Thaïs Galitzky) ha ganado fama como escritora excéntrica bajo el nombre de Thaïs. Su amiga Bianca Bellincioni Stagno (Liena Leonidoff), experta bailarina, ama profundamente al conde San Remo (Mario Parpagnoli), que sólo tiene ojos para la extravagante Thaïs.
Thaïs no ama a nadie. Su pasión caprichosa es coleccionar admiradores y amantes a los que trata como juguetes y convierte en marionetas para su libertina diversión. En su mansión, con imágenes simbólicas pintadas en las paredes, tiene un cuarto especial decorado con estilizados motivos geométricos al cual planea retirarse cuando se harte de la vida.
Thaïs lanza el anzuelo sobre San Remo al mismo tiempo que es cortejada por su primo Oscar (Augusto Bandini). El conde cae sin esfuerzo en los brazos de la fascinante seductora, que se burla de él como de todos. Para aumentar su malsano placer, Thaïs consigue que Bianca descubra el amorío, para ella un juego más. Pero Bianca, devastada, se arroja a una loca cabalgata en la que encuentra la muerte.
Llena de culpa por la pérdida de su amiga, Thaïs se suicida en su cámara vanguardista del modo más irracional posible: Exponiéndose a los vapores de flores venenosas.
El futurismo fue uno de los muchos movimientos artísticos surgidos a principios del siglo XX. Nació en Italia en 1909 y, en términos simples, exigía rechazar el academicismo y tradiciones del pasado aplaudiendo las innovaciones técnicas y científicas del presente y futuro. Se caracterizó por su obsesiva representación del movimiento y la velocidad, derivando en una sublimación de la violencia en todas sus formas hasta acabar ligado al fascismo.
El fotógrafo italiano Antón Giulio Bragaglia fue un destacado futurista; experimentó con la fotografía, diseñó escenarios y dirigió películas. Thaïs fue su debut como cineasta futurista y el resultado es, cuando menos, extraño, puesto que los postulados del futurismo ocupan poco espacio en el filme; curiosamente, este abraza la tradición: Hay evocadoras imágenes de paisajes, los intertítulos incluyen versos de Baudelaire, y uno de los personajes (Bianca) se hace eco del romanticismo.
La propia Thaïs no pasa de ser una protomujer fatal que seduce haciendo morisquetas y enseñando repetidamente la dentadura. No hay explicación a la amistad entre esta libertina y la romántica e inocente Bianca; tampoco sabemos nada de sus múltiples amantes.
Las tomas interesantes del final apenas compensan del resto de la película. Esa habitación pintada por Enrico Prampolini con símbolos y patrones geométricos; ese estudio donde Thaïs se inmola en pago por la muerte de Bianca, es lo único moderno y destacado del filme. Los dibujos, formados por espirales, líneas cruzadas y tableros de ajedrez que encierran gatos y lechuzas, conectan con el cubismo francés y el constructivismo soviético, y la agonía de Thais, su tardía e inútil lucha por la vida, vuelven casi abstracta y expresionista la escena de autodestrucción. Así, el desenlace anticipa otros ismos más interesantes, artísticos y duraderos que el destructivo futurismo, hoy sólo un recuerdo.
Recomendable como curiosidad histórica.