La adorable Mary Pickford protagoniza este pequeño drama donde los eternos chismosos del pueblo se unen para arruinar la alegría inocente de una muchacha y su sombrero.
El sombrero de Nueva York (The New York Hat) es un drama algo forzado que a pesar de todo mantiene su interés por la vigencia de ciertos temas y los talentos involucrados en la producción. Griffith, como de costumbre, se rodea de actores talentosos y da clases de narración fílmica, y Pickford es simplemente grande.
Resumen: ALERTA DE SPOILER
En su lecho de muerte, una madre (Kate Bruce) entrega al ministro de la iglesia local (Lionel Barrymore) sus ahorros y una carta donde explica que su avaro marido (Charles Hill Mailes) la hizo trabajar hasta la muerte sin nunca permitirle dar algún lujo a su hija (Mary Pickford). La mujer pide que el amable ministro use el dinero para comprarle algo bonito a la muchacha, que queda al cuidado de su tacaño padre. Este es un tipo seco y avinagrado que se despreocupa de las necesidades básicas de su joven hija: La hace vestir ropa vieja y fea que le va estrecha, y se niega a comprarle un sombrero nuevo aunque el único que posee ya está para tirar. La muchacha sufre por el aislamiento social que le significa ir tan mal vestida, pues las otras jóvenes del pueblo, todas bellamente trajeadas y con lindos sombreros, la evitan y se burlan de ella por su pobreza.
El ministro, cuya rápida sonrisa irradia alegría, calma y paz, sorprende a la muchacha frente al escaparate de una sombrerería. Ella observa con anhelo y admiración un extravagante sombrero traído de Nueva York. Cuesta 10 dolares y está fuera de toda duda que no luciría bien en un pueblo tan pequeño y estrecho de miras.
El ministro, recordando la última voluntad de la madre, entra en la tienda y compra el sombrero. Tres urracas (Claire McDowell, Mae Marsh y Clara T. Bracy) que curiosean por el lugar de inmediato empiezan a cacarear con malicia.
Mientras, el simpático ministro entrega a la muchacha el disparatado sombrero. Ingenuamente le pide que guarde el secreto y se marcha sin pensar que tal regalo podría resultar sospechoso para las viejas ciruelas con exceso de tiempo libre.
Ajena a esto, la joven queda encantada con el sombrero. Su alegría es tal que ella tampoco piensa en lo que un regalo tan costoso hará sospechar a las prejuiciosas de la parroquia. No, ella es dulce, inocente y está feliz. Sale a pasear con sus viejas ropas y el elegante sombrero. Por supuesto, tal combinación es un desatino, y al rechazo anterior se unen las murmuraciones, alentadas por el trio de chismosas.
Estas, seguras de que la joven y el ministro mantienen una relación impía, aprovechan la salida de la iglesia para difundir su historia entre todo el pueblo. La muchacha, objeto de miradas burlonas por lo incongruente de su conjunto, ahora se ve expuesta al rechazo de la comunidad en masa.
Las habladurías llegan a oídos de su despreocupado padre, que sólo entonces se preocupa. Llevado por la ira, el amargado viejo destroza el sombrero de su hija.
Mientras tanto las cotorras, inconformes con sólo manchar reputaciones por el gusto de hablar sin saber, acuden a los padres del pueblo, que van a pedir explicaciones al pastor. Lo que empezó como un acto bienintencionado ahora es un problema y afecta a todos.
El avaro también acude al pastor. Y la desgraciada muchacha. Todos hablan a la vez y el amable y sonriente pastor los hace callar de la forma mas sencilla: Leyéndoles la carta póstuma de la madre de la chica.
Las estiradas cotillas obtienen su merecido cuando los padres les vuelven el rostro con desprecio, y el tacaño queda expuesto ante todos como el mezquino que es.
Aclarado todo, el pastor revela que, en cierta forma, las comadres no andaban tan erradas: Él tiene un interés especial en la muchacha y lo demuestra ofreciéndole matrimonio. Tras un intercambio de ideas con su padre, ella acepta, confusa pero feliz.
Este breve filme dramático (16 minutos) cuenta una historia atemporal que lo hace funcionar aun con sus muchos elementos anticuados. Los chismosos y maledicentes siempre han existido, y en las iglesias parecen estar los peores. Sus víctimas suelen ser personas vulnerables como la joven protagonista, huérfana de madre y con un padre tacaño, despreocupado y dispuesto a dar oídos a cualquiera que no sea su hija.La joven interpretada por Mary Pickford despierta la compasión del espectador desde la primera aparición junto a su madre moribunda. Ella es tierna, inocente, bonita y muy verosímil; duele verla tan abandonada, vistiendo una falda desteñida y una chaqueta dos tallas más pequeña. Es encantadora en sus juegos junto al espejo y es triste ver como se esfuerza vanamente tratando de obtener la atención de las demás muchachas.
La única persona que presta un poco de atención a la chica es el benévolo, alegre y moderadamente guapo pastor, que usurpa sin esfuerzo el rol paternal en la vida de la muchacha. Lionel Barrymore demuestra su valía para el cine con un encanto maravilloso.
El sombrero de Nueva York fue la última película de Mary Pickford a las órdenes de Griffith para la Biograph antes de unirse a Famous Players Company. Es uno de los cortometrajes más populares del director por la trama y exposición de la naturaleza humana. Griffith aprovecha al máximo el talento de su protagonista, realizando primeros planos en los momentos más intensos.
A ratos todo parece excesivamente melodramático y se puede decir que Griffith era así, pero no olvidemos la importancia de la apariencia en aquellos años. El sombrero no era un adorno sino una pieza imprescindible del vestuario y un símbolo de estatus. Mientras más grande y vistoso, mejor. Y los sombreros con largas plumas, gruesas cintas y pobres pájaros muertos, tuvieron su momento. Acá unos ejemplos en imágenes de revistas de la época:
Además de Mary Pickford y Lionel Barrymore, la película incluye a Mae Marsh, Claire McDowell y apariciones especiales de Jack Pickford, Lillian Gish y Robert Harron; algunos espectadores mencionan a Mack Sennet y Dorothy Gish pero no logré ubicarlos. El guion fue el debut de Anita Loos.
El sombrero de Nueva York es una película sencilla y agradable, y una de las mejores interpretaciones de Mary Pickford en un cortometraje. Explica sin aspavientos por qué se convertiría en una estrella en roles de niñas y jovencitas: Sabía proyectar inocencia y candor.
Recomendable.